El Álamo Solitario

El Álamo Solitario

Un álamo solitario soporta el fruto de muchos caminos que no llevan a ninguna parte.

Linda y John acaban de casarse en Reno, ella lleva un vestido corto de pequeñas flores y él una camisa tejana sin lazo. 1982. . Como extra, linda y John se proponen ir a Las Vegas. Jamás lo hubieran imaginado. No son jugadores.  Conduce Linda. Deglute el paisaje con la vista, exaltada ante tanta incertidumbre que gira en torno a 2 anillos. Su hombre duerme, e imagina que es un peluche. Nada más llegar a la cuidad, buscan hospedería y sin comer nada ya bajan al casino que hay en la primera planta. En la misma entrada, mucho antes de los juegos de mesa y los reservados de película, una fila inmensa de tragaperras de telefilme la esperan a ella, que empieza a cambiar monedas y a jugárselas mientras John, más cauto, le dice que lo deje, que ya habrá tiempo. Tras las típicas subidas y bajadas de suerte,  ella pierde la totalidad del dinero que lleva en el bolso, que incluye una parte importante de los ahorros de ambos. Se montan en el coche, él le abronca, y ya no se hablan. Van sin rumbo. Entran en el desierto , de pronto John, que ahora conduce, ve un árbol, y gira hasta que detiene el coche bajo sus ramas. Ella sale dando un portazo y se sienta con la espalda contra el tronco. Mira las ramas, el árbol está limpio, sin nidos ni aves y cargado de hojas; piensa ya con nostalgia en el arroz que les tiraron unos contratados a la salida del juzgado. Se desata los zapatos y los pone al lado. A John que está de pie, el desierto que se extiende más allá del cerco de la sombra, se le figura la representación exacta del futuro que les espera. Comienza a reprender de nuevo a Linda con tal energía que ella amenaza con volver a pie a Utah. Entonces él le dice que si quiere regresar tendrá que hacerlo descalza, y le coge los zapatos. Ya me dirás que vas a hacer con ellos, ¿quemarlos?, dice Linda. John los une atando los cordones , y tomando impulso como si volteara una honda los lanza a la copa del árbol, donde quedan prendidos. Linda abre la boca y así la deja. John arranca el coche y se marcha. Por el retrovisor ve empequeñecerse la silueta de Linda y el par de zapatos, aún penduleando en lo más alto. No siente pena.
Entonces John entró en el primer bar de carretera que encontró. Fredda le fue sirviendo cuantas cervezas le pidió hasta que le dijo, ¿No cree que es muy temprano para beber de esta manera? Y él rompe a llorar y confiesa que acaba de dejar a su esposa tirada en mitad de la carretera debajo de un árbol y sin zapatos. Fredda, acostumbrada a tragedias borracheras, intenta convencerle para que vuelva, ¡Si ya empezáis así, qué va a ser de vosotros! Y John va de vuelta con una botella de agua y algo de comer. Cuando llega la encuentra medio dormida. La despierta, parece debilitada, le pide perdón y le da el agua y los alimentos. Ella promete no volver a jugar así a las tragaperras ni a nada, y él a no abandonarla jamás. Si tú estás ahora sin zapatos, le dice él, yo también debo estarlo. Se descalza y los tira al árbol. Esos 2 primeros pares ya nunca bajarían. Linda y John fundaron la felicidad de su relación en ritos simples pero duraderos, así que a los 2 años regresaron: habían tenido su primer hijo y querían tirarle sus primeras botas también a la copa del álamo. A medida que se acercan ven multitud de pares colgando. Se quedan sin habla.